Quienes han sufrido la amarga experiencia de un accidente de tránsito coinciden en que el hecho marca un antes y un después en sus vidas y se instala en ellas como hito inamovible.
Lo que ocurre es que este tipo de eventos traumáticos se escapa del rango usual de experiencias cotidianas de los seres humanos y muchas veces deriva en severos trastornos de ansiedad ya que los accidentados son incapaces de asimilar de forma correcta lo sucedido.
El problema surge cuando estos estados ansiosos o depresivos se cronifican o extienden en el tiempo, ya que experimentarlos las primeras semanas luego del accidente es absolutamente normal. Entonces la escena se “vuelve a vivir” en forma constante y no permite a la persona retomar el curso normal de su vida. En ese instante, estamos frente a lo que los psiquiatras denominan stress postraumático. Este trastorno puede ser desencadenado cuando al accidente se le suman factores como, en primer lugar, la existencia de lesiones físicas como mutilaciones, amputaciones, heridas graves o deformaciones permanentes. Por otra parte, cuando ha habido muertos, pues eso adiciona a la experiencia traumática la culpa que conlleva haber sobrevivido y ver morir a otra persona. Todo esto se ve agravado cuando las víctimas de accidentes están bajo la influencia del alcohol, pues al estar intoxicadas son incapaces de asimilar la experiencia y luego deben asumir ese peso de golpe una vez que se pasa la intoxicación alcohólica.
A partir de los eventos traumáticos se detonan una serie de reacciones o conductas que deben ser observadas con atención. Una de las voces más autorizadas sobre el tema, a nivel nacional, es el psiquiatra colombiano, Carlos Lozano quien detalla: “Básicamente los accidentes automotores derivan hacia lo que en psiquiatría se llama “etapa intrusiva” caracterizada por persistentes sueños y pesadillas, por flash back y por un estado de alarma donde la persona queda como híper alerta. Es común que al escuchar un frenazo o una sirena la persona vuelva a revivir lo que pasó y sienta nuevamente esa sensación de estar en una situación de peligro. Por otro lado, ocurre una serie de reacciones llamadas “numbing”, que es como estar embotado, como en una nube. Hay personas que describen fenómenos muy interesantes como si estuvieran en cámara lenta, en un estado de aturdimiento donde generalmente la persona no dimensiona lo ocurrido. A veces se relatan fenómenos que pueden resultar curiosos. Hay testimonios de gente que dice que puede verse, disociándose de tal manera que se convierten en una suerte de testigos de su propio accidente”.
El especialista que se desempeña en la Clínica Santa Sofía de Las Condes, señala que estas reacciones se manifiestan en conductas como “no quiero que me hablen del asunto”, “esto lo quiero olvidar” o “aquí no ha pasado nada”. Este estado de negación, agrega, es muy frecuente y normal en las primeras semanas después del accidente, pero cuando no se supera puede convertirse en algo patológico, pues la persona mantiene la negación y no puede resolver el tema del duelo y la responsabilidad de lo que ocurrió. Entonces, lo más probable es que esa persona a largo plazo termine en una depresión, en un trastorno ansioso crónico y tienda a entre comillas a automedicarse con alcohol.
Afortunadamente, según señala Lozano de cada 100 personas que vivan una misma experiencia solamente un 10% genera este tipo de trastornos. Lo normal es que los eventos traumáticos vayan siendo asimilados y los síntomas que son muy fuertes al principio se extingan en el tiempo y vayan perdiendo intensidad hasta prácticamente desaparecer. No obstante, pueden haber fenómenos como las fechas conmemorativas donde uno puede tener reminiscencias, pues la memoria no es solamente cognitiva, también es corporal. De esta forma, también se producen reacciones corporales, cuando uno escucha un golpe, por ejemplo, el cuerpo y la audición podrían interpretarlo como un peligro.
Respecto a la forma de superar estos episodios el profesional manifiesta: “Es muy importarte hablar, contar y describir lo que ocurrió. Y describirlo en tres niveles: Uno, es contar el hecho. Dos, paralelamente contar lo que sintió emocionalmente. Y, finalmente, relatar lo que se pensó. Hablar es la clave y hacerlo varias veces. Las personas que más hablan de lo que le ocurrió son las personas que mejor superan estos traumas. El problema es que a veces no los dejan porque creen que les hace daño, pero el hablar es una forma de integrar lo ocurrido”. Lo ideal, acota, es asesorarse por expertos que no tienen que ser necesariamente profesionales de salud mental, pues para eso están las enfermeras, las asistentes sociales, los psicólogos, hasta los mismos rescatistas que pueden ayudar a las personas a ir integrando la experiencia. La idea es prevenir que los accidentados generen un stress postraumático, un trastorno de ansiedad, una depresión crónica o un alcoholismo.
Canadá y países más desarrollados parecen llevar una ventaja considerable al respecto. Cada vez que ocurre un accidente concurre, además de los equipos de rescate y la policía, un equipo de salud mental multidisciplinario que a través de un protocolo ejecutado durante las primeras 72 horas se ayuda a la víctima y su entorno a integrar sus reacciones cognitivas y afectivas directamente con lo que le ocurrió.
Fuente: terra
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Daniel
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